Benjamín era un oso solitario, ya que no tenía amigos con quien jugar o compartir su día a día. Sin embargo, él no se sentía triste, ya que disfrutaba de la tranquilidad y la belleza de la naturaleza que lo rodeaba.
Un día, mientras Benjamín caminaba por el bosque en busca de comida, se encontró con una niña llamada Sofía. Sofía estaba perdida y llorando, ya que se había alejado demasiado de su hogar y no sabía cómo regresar.
Benjamín se acercó a ella con gentileza y le preguntó qué le pasaba. Sofía le contó su situación y Benjamín, con un gran corazón, decidió ayudarla a encontrar el camino de regreso a su hogar.
Juntos, comenzaron a caminar por el bosque, buscando pistas y preguntando a los animales que encontraban por el camino. Finalmente, después de varias horas de búsqueda, lograron encontrar el camino de regreso a la casa de Sofía.
Sofía estaba muy agradecida con Benjamín por su ayuda y le preguntó por qué vivía solo en el bosque. Benjamín le contó que siempre había sido un oso solitario, pero que nunca se había sentido solo antes, ya que disfrutaba de la tranquilidad y la belleza de la naturaleza.
Sofía se dio cuenta de que a veces, la soledad no significa estar triste, sino disfrutar de las cosas que nos gustan y rodearnos de la naturaleza. A partir de ese día, Benjamín y Sofía se hicieron amigos y comenzaron a pasar mucho tiempo juntos explorando el bosque y descubriendo nuevas cosas.
Con el tiempo, Benjamín se dio cuenta de que la verdadera felicidad no era estar solo, sino tener a alguien con quien compartir sus aventuras y descubrimientos. Y Sofía se dio cuenta de que a veces, la soledad no es algo malo, sino una oportunidad para encontrar algo que realmente nos haga felices.
Y así, Benjamín y Sofía vivieron felices para siempre, disfrutando de la naturaleza y de su amistad, aprendiendo juntos que la verdadera felicidad radica en las pequeñas cosas de la vida y en las personas con las que las compartimos.