Había una vez una liebre muy orgullosa de su velocidad y una tortuga muy paciente. La liebre se burlaba de la tortuga diciéndole que nunca podría ganarle en una carrera.
La tortuga, sin molestarse por las burlas de la liebre, propuso una carrera para demostrar su valentía y determinación. La liebre, confiada en su velocidad, aceptó el desafío.
El día de la carrera, la liebre comenzó a correr a toda velocidad, pero se detuvo a descansar varias veces para descansar. La tortuga, por otro lado, avanzaba lenta pero constantemente sin detenerse.
Al final, la tortuga llegó primero a la meta, mientras que la liebre aún estaba descansando.
La moraleja de la fábula es que la constancia y la determinación son más valiosas que la velocidad y la rapidez, y que es mejor avanzar a un ritmo constante y sostenible que correr rápidamente y agotarse.